lunes, 10 de diciembre de 2012

LOS FÓSILES QUE NO MUEREN




 Estoy aquí, pensando en aquel tiempo para olvidar mi soledad. Porque no estoy acostado solo por un rato. Y ya no enterrado en el suelo, sino detrás de cristales, dentro de un ataúd como el que se usa para enterrar a los muertos pero traslúcido. Porque estoy muerto, y hace mucho.

 Este lugar está lleno de ecos. Los murmullos indescifrables se filtran de entre las grietas y las pinturas descarapeladas de las viejas paredes del edificio. Son los suspiros de otros que han muerto como yo, encerrados en cajas y cajones de los laboratorios, en vitrinas y muebles de las salas, sin encontrar paz.  

 Pero lo peor de todo son las otras voces, cuando oigo platicar a la gente sobre nosotros y nuestro paso por el mundo, el tiempo en que fuimos dueños de la tierra, del aire y del agua. Nos ponen nombres, hablan de nuestras garras, piel y plumas, de nuestra extinción, de nuestros huesos ahora transformados en piedra.  

 Aunque nunca nos conocieron, al parecer somos famosos. No nos temen ni nos respetan. Me hastía su obsesión con mi mandíbula y lo que comía, con la posición de mis ojos y mi visión, con mis pequeños ridículos brazos y su función. Pero sobre todo, si soy de verdad o una simple copia.

 Estas voces que constituyen la banda sonora de mis días en este antiguo museo, aunque nada en comparación conmigo, son las de almas en pena de los fósiles y las otras nuevas voces, las  que merodean alrededor descubriéndonos, describiéndonos, estudiándonos y teorizándonos.

 Trato de distraerme, apagar todos los ecos pensando en aquel tiempo en que fui el más grande, el más temido, el tirano y el rey; tengo la boca llena, y me chorrea por la cara sangre espumosa. Mastico cachos de carne que a veces están plagados de gusanos y trituro sin esfuerzo huesos crujientes, al tragar todo se me anuda en la garganta y me raspa la pared del paladar... rujo.
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                    Manuel L.M.



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